En aquel momento, sentí el cuerpo perder su energía vital, y poco a poco iba deslizándome a un agujero negro de olvido, una parte de mí quería abandonarlo todo. Ya el dolor era tanto físico como mental. Pero otra parte de mí, muy desde dentro de la oscuridad, estaba animándome a seguir adelante, continuar con esta vida, puesto que todavía había mucho por hacer.
Me rendí a esta voz interior, resuelto a volver a la vida. Al mismo tiempo, reconocí que necesitaba ayuda, una razón para continuar. Tendría que encontrar la verdad de quien soy, buscarla dentro del silencio.
En este momento, sentí el pequeño ego de personalidad derrumbarse. Me percaté del conjunto de ideas que se desvanecían. En este punto más bajo de mi vida, admití ante mí mismo que no sabía nada, no era nada, y no tenía nada a entregar, y así, algo extraordinario pasó.
Me di cuenta de que este “nada” ya era de hecho muy reconfortante. Me cayó el veinte de que “nada” es el punto principal. El ego no era real, sino un cascarón vacío. Aunque el cascarón desvanecía, no obstante, algo continuaba.