He conducido desde los campos de maíz de Kansas hasta las calles de jazz en New Orleans, pescado cangrejos azules con sólo mis manos, para luego dormir en la playa y levantarme la próxima mañana para hacer una audición para “The Chorus Line” de Broadway.
He visto las corridas de toros en Madrid, abracé el busto de Santiago en Compostela, comido paella en Valencia, y oído perlas habladas del Castellano deslizarse por de los labios de las monjas descalzas de Zaragoza.
He atestiguado el derribo del muro de Berlín, subido por tren el Matterhorn de Suiza.
He visto las estrellas de Darjeeling mezclarse con las luces de pueblos nocturnos en las Himalayas, contemplado el Taj Mahal, bañado en el sagrado Ganga, y meditado bajo al árbol de Bodhi donde el Buda se iluminó.
Se me han iniciado en cuevas y templos con maestros hindúes realizados. Se me han honrado mil marineros en los ríos de Kerala durante sus carreras en bote.
He visto las majestuosas águilas de cabeza calva volar por bosques de Secoya tan altas que casi tocaban la luna Victoriana de Canadá, donde me contaron de un pino tan compasivo que salvó una mujer de cáncer al regalarla con su salvia curativa.