Uno de los beneficios de nuestra práctica es la oportunidad de percatar la bendición en cada momento. Mientras había estado en el hospital, muchos amigos y parientes oraban por mí. Algunos me visitaron. Otros me trajeron comida y libros. Uno hasta me trajo un delicioso omelet, ya que sabía que había comido solamente ensalada durante varios días. Otro amigo, sabiendo que yo estaba confinado a mi cama, me baño con esponja y agua jabonada.
Acostado allí, me sentí querido, como un niño cuidado por su madre. Me di cuenta de que aquí frente a mí estaba la manifestación de Kanzeon, la bodhisattva de compasión, que me bañaba con amor. Era un acto de puro amor, lo que me abrió el corazón a un sentido más profundo de rendición y aceptación por lo que nos rodea. Comencé una práctica de rendición durante las semanas siguientes.
Sin embargo, muchas preguntas preocupantes seguían molestándome. ¿Tendrían que operar? ¿Debería enfocarme solo en tratamiento médico Occidental o incluir otras opciones no tradicionales? ¿Podría volver a trabajar? Tenía muchas dudas, pero me di cuenta de que, si seguía identificándome con miedo y dudas, estaría paralizado, incapaz de participar en mi propia sanación, además de bloquear cualquier ayuda que viniera de otros, además.
Asimismo, me pregunté qué podía hacer. Cuando logré calmar mi mente con la meditación, la respuesta se presentó claramente. Mi maestra muchas veces me había dicho que puedo soltarme, al confiar en lo Divino, y enfocarme en el presente, pidiendo con todo mi corazón, “¿Qué es bueno hacer ahora?” Lo que me pareció bueno fue dedicar más tiempo a la meditación profunda, junto con lectura y estudio del Dharma.
Pronto me encontré inmerso en el estudio del Sendero Óctuple, y creé un taller para el beneficio de otros. Así, recordé que, mediante correcta comprensión del sufrimiento, el no-yo, karma y impermanencia, podemos liberarnos de lo condicionado del yo chico. Poco a poco, comencé a sanarme, tanto al nivel del corazón físico como al nivel del corazón espiritual.