Capítulo 18.1. Actitudes para la Práctica del Zen

EL PERDÓN DE BUDA

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El maestro tibetano Nyoshul Khen Rinpoche dijo una vez en cuanto a cómo practicar el zen:
“Me gustaría daros un pequeño consejo a todos. Relajaos. Simplemente relajaos. Portaos bien los unos con los otros. En vuestra vida, simplemente sed amables con los demás. Intentad ayudarlos en lugar de hacerles daño. Tratad de acompañarlos en lugar de abandonarlos. Os dejo con esto y con mis mejores deseos.”

 

 

Suena fácil, ¿no? como nos enseñaron en el jardín de niños, lo de ser amables, y cuando es la hora del descanso, relajarnos por un rato sobre nuestros tapetes con nuestras almohadas. Entonces ¿por qué es tan difícil hacerlo ahora? Nos tratamos muchas veces con impaciencia, agresión, irritación y desprecio. Cuando es la hora de meditar, surgen un montón de distracciones, todas tan importantes que no pueden esperar ni unos minutos hasta que terminemos la meditación.

 

 

Si practicas para lograr algo, la paz, la alegría, o la salud, por ejemplo, es muy difícil mantener la práctica. En cambio, si puedes sentarte sólo por sentarte, no para lograr nada, simplemente porque es lo que hay que hacer en ese momento, entonces la mente puede relajarse y comenzamos a recordar quienes somos de verdad, la esencia sin comienzo, sin fin, lo que siempre es presente en todo, pero sin depender de nada.

 

 

De hecho, cuando contemplamos la nada, y nos preguntamos “¿Qué es la nada?”, la mente chica, agitada y frustrada, puede tomar su siesta, al saber que “no sabe”, se alivia de la responsabilidad de controlar todo, solucionar todo, y prepararse para todo. Hay algo más que nos sostiene, pero no es ninguna cosa, es la nada.

 

 

Sólo relajarse un momento, y abrirse a la nada, es en sí su propio regalo. Y desde allí, nos sentimos uno con nosotros mismos de nuevo, uno con el mundo, y podemos salir al mundo y abrirnos a la perfección en toda persona y en todo lugar.

 

 

Para practicar el zazen, se necesita la plena atención, la que es nuestra capacidad de ser presente en la experiencia que surge en este cuerpo y esta mente en este preciso momento.

 

 

Es la intención de abrirse al mundo como es, simplemente así, sin criticarlo ni aferrarse a nada, atender a lo que se presenta, y seguir el consejo de nuestro corazón, nuestro sí mismo verdadero, la esencia, en la forma más amable posible, o sea, con compasión, la cual es la respuesta más natural al sufrimiento que nos rodea.

 

 

Sin embargo, hay dos formas de compasión: la pequeña compasión y la gran compasión. Las dos son diferentes de la empatía, la que se siente por alguien en relación con uno mismo.

 

 

Por ejemplo, si sientes lástima por alguien, normalmente es porque la otra persona está en una situación peor que tú. Estás tal vez motivado a ayudar a tal persona, porque esperas que, si algún día necesitas ayuda, alguien te vaya a ayudar también. Esta forma de empatía en referencia a uno mismo no es la compasión budista.

 

 

La compasión budista se siente desde la perspectiva del Dharma, al ver a los seres sensibles que merecen lástima no porque son desdichados, sino porque están sufriendo por su propia voluntad, y ni se dan cuenta. Sólo se puede generar esta forma de compasión al comprender el Dharma, y dar lugar a un verdadero sentido de lástima. Se entiende que la gente hace daño a sí misma por ignorancia, directa o indirectamente.

 

 

Un bodhisattva puede ver esto y sentir lástima por ellos, ya que sabe que estos seres no son conscientes de las causas de sus propios problemas, y por tanto, no ven la necesidad de conseguir la sabiduría para resolverlos.

 

 

Un bodhisattva se dedica incondicionalmente al alivio de las causas del dolor y el sufrimiento en todos. Incluso, los bodhisattva deberían practicar la introspección para ver su propia ignorancia dentro de sí mismos, las causas y condiciones, y así disminuir su propio sufrimiento. Al ver el sufrimiento en otros, un bodhisattva puede reflexionar y ver las causas del sufrimiento en sí mismo.

Capítulo 18.1. Actitudes para la Práctica del Zen

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