El resumen de todas las enseñanzas de Buda es: “No hay nada, lo que sea, a lo cual deberíamos aferrarnos.” El maestro zen Jeff Shore (2003) describe con gran claridad cómo soltar nuestro apego y despertarnos a la esencia inherente en todo.
El problema surge cuando nos aferramos a la idea errónea de un yo ilusorio, debido a que causamos todo el sufrimiento y a la vez obstaculizamos nuestra percepción directa de la calma y lucidez de la mente universal, o sea, la Fuente.
Cuando no nos aferramos a ninguna idea interior, ni a ninguna sensación exterior, se experimenta la liberación del sufrimiento y se despierta a nuestra verdadera identidad.
Esto no significa que no amemos ni prefiramos una cosa por otra, sino a no estrangular, poseer, o sofocarnos a nosotros ni a otros debido a la codicia, los celos, o el deseo, en fin, el apego basado en un yo intentando protegerse mediante el control de su mundo.
Al soltar la idea de un yo, se suelta la necesidad de controlar, proteger, o lograr algo para estar contento. De hecho, no necesitamos aferrarnos a nada, ni a nosotros mismos, porque el yo no existe. Es sólo una idea, un conjunto de sensaciones, recuerdos, historias, impulsos y condicionamientos previos.
Esto no significa que no existimos, sólo no en la manera en la que estamos habituados a conceptualizarlo. La liberación es el no aferrarse a nada, ser libre, y despertarse a la Verdad de quienes somos, la Fuente en sí.
Budismo se basa en tres marcas o leyes universales:
1. (annica) Transitoriedad
2. (dukkha) Insatisfacción y sufrimiento
3. (anatman) no yo.
Nada es permanente, todo cambia en cada momento, un fluir constante de apariencias. Creemos que estas apariencias son reales y permanente de alguna forma. Pero todas faltan de una realidad permanente.
No están aisladas ni separadas de las condiciones que las forman. La insatisfacción ocurre cuando intentamos aferrarnos a estas apariencias pasajeras. La meta final del budismo es ver a través de todas estas apariencias, todas marcadas con transitoriedad, insatisfacción, y no yo.
Todo el zen tiene que ver con lo que el maestro Chinul del siglo XIII describió como “Invertir la luz e ilumina hacia tu propia naturaleza.” La luz es tu propia consciencia. Tenemos la capacidad de voltear el brillo de nuestra consciencia, no a un objeto, idea, o sensación, sino directamente a la Fuente de todo, incluso de la propia consciencia en sí.